domingo, 11 de junio de 2017

En defensa de las artes marciales


Me gustaban las artes marciales,en parte porque tenía una espina clavada desde la infancia en parte porque me atraía la concentración, la disciplina y la filosofía subyacente. Sin embargo mi madre me mandó a bailes regionales,que por aquellos años suponía una actividad de niñas normalizadas.

Y  en cuanto pude me apunté. Así fue como descubrí a grandes maestros,unos más grandes que otros.Los había directamente japoneses,japoneses europeizados,japoneses
americanizados,franceses,polacos y cómo no, españoles “ajaponesados”.Fue con estos últimos con los que tuve más contacto.Algunos de ellos eran marcialmente delicados, otros campechanos y honestos.Pero haberlos los había que trasladaban la marcialidad a un recoveco de un gimnasio donde ellos eran el señor feudal (y digo señor,no señora).Es más,  si los tamizáramos  por el filtro españolista visualizaríamos   una escena de señor con traje oriental con copa de coñac en mano y puro.Nosotras con delantal,descalzas y el cinturón de grado debajo.Que te dan un palazo por una mala postura en la rodilla….la tradición es así,que las chicas con las chicas,no protestes...es una falta de respeto grave en el tatami.Solo faltaría en derecho de pernada.Y mientras fuera del cuadrilátero  alguno de desniponiza y defiende la igualdad, la no violencia, el honor y la justicia,la espontaneidad y todas esas cosas tan antifeudales y políticamente correctas. Vaya cabreo.

Es un baile donde la tradición justifica que lo políticamente correcto se convierte en una actitud hipócrita socialmente aceptada y aplaudida:siempre hubo ricos y pobres,fuertes y débiles,opresores y oprimidos,reyes y vasallos….pantalones flexibles y gente en bragas.

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